El día en que un grupo de niños le dio una lección al mundo

Recuerdo a Marcos, un niño de mi infancia que nació con cierta discapacidad motora en su cuerpo. No salió sino hasta los 11 años de su casa, la mama lo tenía sobreprotegido y él quería siempre jugar con nosotros.

Su padre era un tosco albañil muy serio, que no conversaba de más con sus vecinos. Pero siempre muy respetuoso.

Un día nos encontrábamos jugando un encuentro con un equipo rival, en la misma calle del barrio y habíamos comprado camisetas, para darle un ambiente de oficialismo al encuentro.

Estábamos perdiendo por 6 goles a 0 y solo quedaban 20 minutos para terminar el segundo tiempo.

El pequeño Marcos, era un niño muy débil, sin embargo, su deseo de participar era enorme. Ese día él se encontraba con su progenitor, mirando el partido a cierta distancia nuestra, entonces sin miedo le pregunta:

-Papá, ¿tú crees que me dejen jugar?

El desconfiado albañil sabía que los niños son, en algunos casos, muy crueles para excluir a niños como Marcos, pero a la vez entendía también que, si le permitían jugar a su hijo, le darían un sentido de pertenencia muy necesario y la confianza de ser aceptado por otros a pesar de sus habilidades especiales.

Decide tomar acción y se acerca justo a mí que me encontraba parado frente al portero.

– ¿Puede jugar Marcos?

– Estamos perdiendo 6 a 0, supongo que puede jugar por mí. Que tome una de las camisetas que están en el muro.

Marco corrió con dificultad al muro y tomó una camiseta del equipo azul y esperó a que yo saliera de la canchita. Mis demás amigos de equipo, no entendían en un inicio lo que estaba pasando, solo continuaron cómplices conmigo, para darle a Marco una oportunidad.

Mientras salía yo del campo de juego, observe a su padre como lloraba de felicidad. Nunca podré olvidar aquella mirada llena de amor hacia su hijo. Pero no fui el único, todos mis compañeros, incluso los del equipo rival, también lo notaron. El ver que su pequeño era aceptado por otros niños, lo hizo muy feliz.

Justo en el instante que Marcos va a entrar, mi equipo anotó el primer gol, en 10 minutos 3 goles más, faltando 5 minutos para terminar ya estábamos empatados, Marcos celebraba como si fuera el que metía los goles. Mis compañeros le daban la pelota para que él con una débil patada, sacara de fondo. Luego otro compañero tomaba la pelota y empezaba el juego. Una mano en el área chica, determina penal y Marco, quiere ser el que patee al arco. Nadie pudo negárselo, aunque era nuestra oportunidad de ganar un juego que ya teníamos perdido, no podía nadie tirarse abajo esa ilusión de Marcos.

Solo faltaban segundos para que acabe el partido, el portero del equipo rival de mi barrio se encontraba frente a la pelota al pie de Marcos. Todos le daban ánimo, vitoreaban “¡Marcos!, ¡Marcos!, ¡Marcos!” una y otra vez. Incluso los del equipo Rival, nadie se burlaba, todos lo hacían de corazón.

Marcos patea y el portero que era suficientemente capaz de frenar ese disparo, decide darle la oportunidad a nuestro amigo, para que la recuerde toda la vida. Se lanza en la dirección equivocada y Marcos anota el primer gol de su vida, que nos dio la victoria.

Marcos se paró en el medio de la canchita con sus brazos en alto, rebosando felicidad, giró la cabeza mirando a su padre… mientras (cosa extraña) los jugadores de ambos equipos lo vitoreaban y abrazaban como el héroe que metió gol en el último minuto y ganó el juego para su equipo.

– “Ese día, -dijo el padre con lágrimas bajando por su rostro- los niños de ambos equipos se unieron dándole a este mundo una muestra de verdadero amor y humanismo”

Marcos no sobrevivió otro verano. Murió ese invierno, sin olvidar nunca haber sido el héroe y haber hecho a su padre muy feliz, haber llegado a casa y ver a su madre llorando de felicidad y ¡abrazando a su héroe del día!

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