Un día, este mercader llegó a una misteriosa ciudad en donde solamente vivían personas ciegas. Los habitantes eran reacios a aceptar desconocidos, por lo que mandaron a seis jóvenes para que investigaran quién era aquel que intentaba entrar a su ciudad. Como los muchachos eran algo impacientes, llegaron corriendo uno tras otro donde el comerciante para averiguar de quién se trataba.
El más veloz de ellos fue quien llegó primero y, como iba corriendo, se topó de frente contra uno de los lados del gran elefante. Debido al olor y al tacto se dio cuenta de que, en efecto, era un animal, pero cuando quiso medirlo tuvo la sensación de que no tenía fin, Regresó entonces a la ciudad gritando: “¡Es un animal y a la vez es un muro!”.
El segundo en llegar se topó con la trompa del elefante. El animal entonces le resopló y el muchacho, tras tocarlo un poco, regresó anunciando que se trataba de una serpiente gigante.
El tercero de los jóvenes ciegos se topó con uno de sus colmillos y sintió el marfil frío y filudo. Cuando regresó al pueblo les contó a todos que se trataba de un animal parecido a una gran lanza.
El siguiente muchacho se chocó con una de las patas trasera del elefante. Mientras la rodeaba con los brazos, el animal intentó zafarse, empujando al chico. Este entonces regresó corriendo y les explicó a todos los demás que el animal era como un gran tronco de árbol.
El quinto explorador agarró al elefante por la cola y le pareció ridículo que sus amigos se hayan asombrado por tan poco. “Es simplemente una vieja cuerda desgastada”, fue lo que le contó al resto de personas en el pueblo.
El último de los muchachos alcanzó a tomar al elefante por la oreja y sintió los movimientos y la gran cantidad de aire que este desplazaba. Regresó entonces al pueblo persuadido de que había descubierto un animal parecido a un abanico gigante.
Detrás de los seis muchachos había salido también un anciano bastante sabio y experimentado quien se topó con ellos cuando estos regresaban presurosos. Él llegó cerca del elefante y lo rodeó con suma tranquilidad, intentando palpar cada uno de sus costados. Cuando hubo examinado al animal por completo, regresó entonces a la ciudad en medio de carcajadas, escuchando todas las versiones de los jóvenes convencidos:
“Es un muro”, “no, es una serpiente, “para nada, ¡es una lanza!”, “¡un tronco!”, “una vieja cuerda”, “ni de bromas, ¡un gran abanico!”.
El anciano no paraba de reírse al darse cuenta de que, aparentemente, él era el único que no sabía de qué animal se trataba.
Esta historia nos invita a siempre detenernos y darnos un tiempo para tener una visión más amplia de las cosas. No dejes que la prisa te haga analizar solamente una pequeña parte de un asunto, ya que eso hará que tomes decisiones equivocadas que te costarán muy caro. La leyenda nos enseña también a formar nosotros mismos nuestra propia postura ante los hechos ya que, a pesar de que cada uno de los seis jóvenes estuvo equivocado en su diagnóstico, ellos sí se tomaron la molestia de ir y averiguar. Quienes se quedaron en el pueblo y solamente los escucharon se han formado una opinión equivocada sin siquiera contrastar, a pesar de que haya seis posiciones distintas. Ahora que lo sabes, detente un momento y piensa, analiza y luego ejecuta. No hay nada mejor que ser tú mismo tu propia fuente de valor.
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