Sus clientes eran pobres y nunca le pagaban con dinero. El lechero le pagaba con leche, el panadero con pan. Vivía en perfecta armonía y sentía que era un hombre muy afortunado de vivir en aquella comunidad.
Nunca le faltaba comida o abrigo, pero, además, el granjero que le pidió unas botas, le dejó cuero, el herrero que le solicitó zapatos para su esposa le pagó con clavos, estas eran herramientas para hacer más calzados en la aldea.
– ¿Quién podría llevar la vida que yo llevo? todos confían en mí, saben la calidad de mi trabajo y yo confió en ellos cuando me traen sus productos- Se decía a sí mismo el zapatero.
Un día que paseaba por los jardines de la ciudad, vio una casa hermosa en la avenida principal, se acercó y pudo ver por encima del muro de hojas verdes un hombre rico, disfrutando en su jardín con sus amigos.
Entonces pensó para sus adentros:
-Yo también podría tener una casa como esa, tener dinero con el talento que he desarrollado. Ya está, desde ahora trabajaré solo para los ricos, ellos si pagan con dinero, solo atenderé gente importante y les cobraré muy caro.
Desde ese día se dedicó a buscar clientes ricos. Uno de ellos requería atención a sus zapatos que estaban averiados. El zapatero hizo un bello trabajo en ellos y al devolvérselos pidió dinero. El hombre rico se molestó mucho al oír aquel reclamo monetario y le dijo:
– ¿Dinero?, yo no pago jamás dinero a un artesano. Es un honor trabajar para mí. Cuando sepan más personas que me atendiste, vendrán a buscarte para que le arregles sus zapatos.
“Magnífica idea” pensó el zapatero, así seré más conocido en el entorno de los más privilegiados.
Y desde ese día se dedicó a hacer botas de montar para las damas más ricas de la ciudad. Zapatos de cuero más fino para los señores más elegantes. Y siempre recibía el mismo pago.
Un día llegó muy cansado a su casa y sin ninguna moneda en el bolsillo. Se dio cuenta que no tenía nada de comida en la despensa, pero además estaba desabastecido de insumos para arreglar o fabricar zapatos. Ni clavos, ni cuero.
– Que tonto he sido, no me daba cuenta de que ya tenía verdadera riqueza. Hoy me siento el hombre más pobre del mundo.
Los vecinos de aquella pequeña aldea siempre estaban al tanto de sus miembros. Se enteraron de lo que el viejo zapatero atravesaba y no dudaron en ayudarlo con comestibles. Le trajeron también insumos y cuero para que siguiera dándoles con cariño, lo que él sabía hacer mejor que nadie.
Él no lo sabía, pero construir relaciones con tus clientes es lo más importante. Nunca cambies a un consumidor feliz de tus servicios, por un consumidor desconocido que no aprecia lo que haces.
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